Día 478, domingo
Había ido al cine sola, tratando de despejar su mente de todas las cosas que la asfixiaban. Concluyó que después de renunciar al trabajo, la única manera de volver a encaminar su vida era haciendo el tipo de cosas que su mamá le había insistido siempre que debía hacer. Consigue un hombre, ten un hijo, forma una familia. A partir de entonces, se empezó a preguntar dónde estaban los chicos que tanto la habían acosado en la universidad. Todos casados, todos viejos adictos al trabajo, uno que otro economista que salía en la televisión los domingos por la noche en un programa aburridísimo que nadie veía. ¡De qué manera pasa el tiempo!, se repetía a sí misma Alicia, enfundada en su cama, quieta y triste en su departamento de soltera. En determinado momento, pensó, las cosas pierden sentido hasta volverse cascarones frágiles, maderas huecas, apolilladas. El trabajo es la forma como han engañado a la gente para que se mantenga todo el tiempo ocupada. Trabaja, come, duerme. Trabaja, come, duerme. Uno que otro lujo durante las vacaciones. Una que otra película los fines de semana. Tengan descendencia para conservar la especie. Paguen impuestos. Y todo para qué. El mundo se dirige lento hacia su autodestrucción. Las noches para Alicia Pillman se volvían interminables. Consideró ir al psiquiatra. Tal vez es eso, pensó, tal vez me esté volviendo loca. ¿Hacía cuánto tiempo que no tenía sexo? ¿Hacía cuánto tiempo que no sentía algo? Se metió a internet a buscar páginas pornográficas. La luz del monitor de su computadora alumbraba una habitación que contenía lo básico: una cama, un tocador, un espejo. Una mesa de noche con una lámpara apagada. En lugar de buscar porno escribió en Google la palabra "suicidio".
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